Dijiste que ibas a ir a visitar a tu Tía Armida. Su enfermedad se agravó y le quedaban pocos días de vida. Te dije que le dieras un beso de mi parte y te pregunté si llevabas suficiente dinero. No recuerdo tu respuesta. Lo que recuerdo es tu silueta en la puerta. Te quedaste inmóvil por más tiempo del normal mientras yo te veía desde el sillón. Después saliste y oí tus pasos sonar cada vez más lejanos, pues dejaste la puerta abierta, que para que se fuera el olor a perros (no teníamos perros, pero según tú, a eso olía la casa). Si hubiera sabido que ya no pensabas volver podría haber intentado detenerte pero en la televisión anunciaban a los Felinos Cósmicos y tú sabes cuanto me gusta verlos por la mañana.
No regresaste. Ni para explicarme por qué te ibas. No regresaste por tus revistas Cosmopolitan ni tus zapatos italianos. No viniste por tu ropa ni tu mesita de noche. Tus latas de atún premium están intactas porque no me gusta el atún y no me gusta el sufijo premium en la comida. Tus shampús, jabones, cremas y exfoliantes están ahí y no planeo usarlos: mi jabón, shampú y acondicionador salen de la misma botella y creo que usar crema es de maricas. Tu mono de peluche de Alf sigue sobre la televisión, pues aunque lo odio, siento que sus ojos me siguen y me juzgarían desde el lugar a donde lo moviera. Tus equipos de proyección y tus cintas de 8 mm en donde pensabas realizar películas experimentales pero al final sólo filmabas las fiestas de nuestros amigos no las toco ni con el dedo chiquito, sé cuanto te molestaba que las moviera. Todo está ahí. Inmóvil como si nada hubiera pasado. Tus cosas no tienen porque sufrir tu abandono; con que yo lo sufra es suficiente.
Te extraño un montón. Parece que me cortaron un brazo y no sé, también el pito: me siento sin completar. Nunca fui expresivo y no sé como explicar las cosas que me pasan por la cabeza cuando pienso en ti (siempre) así que no sé si lo que acabo de decir tiene sentido para ti. Para mi tampoco lo tiene. No me dijiste que te ibas y no me dijiste por qué te ibas ese día. Ya me lo habías dicho tantas otras veces, ¿no? Es sólo que uno espera que se lo digan en la cara al momento. Que le refresquen la memoria sobre los puntos en los que uno falló. No me diste ni eso. ¿Tan cabrón me porté contigo?