Era temprano y Molcajete se rascaba y se rascaba por su famosa gonorrea. El día anterior nos habíamos tomado unos cuantos curados de fresa y de piñón que me dejaron la panza hecha una mierda y el pirulis bien pum pum.
La entrada debía ser como siempre a medio día, según se dice para despistar al enemigo. Pienso yo que era más cosa de comodidad que de reglamento, me hubiera beneficiado de no ser por los curaditos de piñón que seguían su camino hacia afuera e insistían los méndigos en volver a ver la luz del sol.
Y es que a media sierra chihuahuense nadie te la va a armar de tos por andarte zurrando al lado de un árbol, pero eso no le quita la incomodidad al estilo aguilita. Además no llevaba mi Sputnik para orgasmearme pensándome un feliz poseedor de un Ipod.
Pero pa qué carajos quieres una revista en medio de la nada, allá donde los peñascos te atraen como imanes y pretenden, o eso me pareció, llevarte al vacío para que te rompas bien la cara. Y yo tan sumamente guapo no puedo darme el lujo de romperme el hocico y quedar chueco o marcado.
Pero decía que los curados querían ver la luz y yo necio (mis esfínteres mediante) a no permitirselos. La entrada al infierno está allá, escondida entre unas piedras feas y descoloridas, lejos muy lejos del camino. Toda la vereda estuve peleando contra los curados y agradecí en el fondo de mi alma a mi buen juicio que no me dejó comerme esos tacos de rajas, que de haber sido así, ésta sería otra historia.
Y bajan y bajan entre peñascos y hierbitas jodelonas que te raspan los brazos muy a su modo. Y bajan y bajan hasta la cuevita allá, escondida entre unas piedras feas y descoloridas. Sucede que parece cuevita, pero ya por dentro el antro se ve muy amplio y es ahí, donde bajando en un malacate se puede llegar al infierno, donde me di a la tarea de matar a Satanás.
Y mucho tiempo bajando en el malacate y los carajos curados que insistían en salir. Pero cómo carajos podía yo zurrarme ahí, en ese elevador del pasado enfrente de Abeja, Molcajete y el demonio menor aquél! Total que haciendo gala de mi fuerza interior (y de la fuerza de mis esfínteres, repito) me aguanté lo más que pude para salir victorioso.
Mta madre!!! Ya estando abajo me sentí libre para salir corriendo en busca de los servicios sanitarios! Pero qué mala jugada me lanzó ¿el destino? ¿la vida? Con un carajito! Los muertos no van al baño, luego… NO hay baños en el infierno! En ese momento sólo atiné a llamarme pendejo por no querer echar la aguilita allá arriba entre los árboles. Chale!