En estos tiempos donde cualquier político idiota se cree igual a Benito Juarez, es común encontrar la idea de que entre humanos todos somos iguales. Sin embargo cualquiera que haya sido profesor puede afirmar lo contrario ya que en un aula es sencillo notar que no todos los alumnos son iguales en sus capacidades. De hecho, sería mas acertado afirmar que nuestros derechos y obligaciones son iguales, pero nuestras capacidades son muy diferentes.
Algunos diran que esa es una opinión elitista, y sin importar si es real o no, deberíamos abstenernos de emitirla. Pero es preocupante ver que nuestra educación actual nos impide emitir juicios. Por ejemplo, «las reglas» nos piden considerar por igual a todas las culturas, lo que colocaría al mismo nivel a los antigí¼os aztecas y a los griegos (aunque es sencillo dar argumentos que muestren que los griegos tenían una cultura superior).
A los ojos de un patriota nacionalista mexicano esa afirmación es un insulto. Y es que para evitar ser rudos y lastimar sentimientos, hemos colocado a los buenos modales por encima de la realidad. Ya no se trata de conocer la verdad, sino de quedar bien con todos. Se nos ha prohibido emitir juicios con el pretexto de promover la diversidad y la tolerancia. Es una lástima, porque es precisamente la emisión de juicios lo que nos permite avanzar como sociedad.
Usemos un ejemplo obvio, el de la educación. Se dice que todos tienen derecho a la educación. Eso es correcto y digno, pero cuando entramos al terreno de la educación superior empiezan el debate. Si digo que no todos deben entrar a una universidad, inmediatamente se me tachará de prejuicioso y panista. Ignorando la realidad de que NO todos tienen la capacidad de terminar una carrera universitaria.
Se escucha bonita la idea de un país donde todos sean unos universitarios genios superdotados haciendo descubrimientos científicos y elaborando nuevas teorías que beneficien a la humanidad, pero desgraciadamente eso equivaldría a un negocio donde todos los empleados fueran gerentes.
Mas bien todo es una cuestión de balance entre libertad e igualdad. Actualmente ponemos demasiado énfasis en la igualdad. Pero si se le da a la gente libertad, necesariamente habrá desigualdades porque unos tendrán mejor desempeño que otros y no habrá manera de evitarlo. Si se desea cargar la balanza hacia la igualdad, entonces dejará de existir el beneficio de los logros de los mejor capaces y dotados y eso lastimará a todos en general.
Es una lástima, pero nuestra época es una que se inclina exageradamente por la igualdad, el respeto y la tolerancia. Y así confundimos a la buena educación con la prohibición de juicios.
Adaptado del ensayo MENTIR CON LA IGUALDAD de Eduardo García