El sábado se cumplió un año de que los legisladores perredistas intentaron dar un golpe de estado e impedir que el candidato ganador de las elecciones presidenciales tomara posesión de su cargo.
La furia de los fieles devotos en San Fraude casi no ha disminuido desde ese día cuando todos vimos que Felipe Calderón se puso la banda presidencial legítima que Marthita de Fox le cedió y que rotundamente se había negado a prestarle un ratito al Pejelele para su ceremonia de 10 días antes.
Ha sido un año de un gobierno mediocre, con un presidente mediocre, con algunas cosas buenas, como por ejemplo, un combate al narcotráfico mas abierto, una tímida reforma a la ley de las pensiones del ISSSTE, una reforma fiscal que simplifica el enredoso proceso del cálculo de impuestos, y un discurso calderonista claro siempre evitando la confrontación con sus rivales políticos.
Pero, de igual manera, Calderón ha fallado miserablemente para cumplir sus promesas de campaña y lo peor ha sido ver que no ha hecho nada para contener el desmesurado apetito de la clase política por vivir como reyes y transar como si fueran pobres.