Hoy las agencias de noticias publicaron la nota sobre las primeras uniones matrimoniales homosexuales en México. Como es de esperarse, muchos hombres miramos el asunto con recelo (y algunos con franca rabia homofóbica). Y es que para muchos nos es difícil de entender a alguien que es hombre y no desea serlo. En serio, ser hombre y sentirse hombre es de lo mejor. Pero, sucede algo extraño. Los hombres modernos a veces somos como adolescentes y en casos extremos, hasta como niños aun a los treinta y cuarenta años.
De alguna manera, esto no es una falla propia de los hombres. Es una falla en una cultura en la cual los ritos de transición han desaparecido, dejando a los hombres perdidos y a la deriva sin saber con seguridad cuando es que se deben convertir en hombres. Hoy en día los hombres carecen de una comunidad masculina para iniciarlos en su nueva etapa.
A través del tiempo, muchas culturas han comprendido esto y han creado ritos de transición de las formas más diversas posibles, pero todas teniendo en común que el que acto debe de ser un acontecimiento que emocionalmente difícil y requiera dolor físico de forma tal que permita al niño mostrar coraje, fortaleza y la habilidad para controlar sus emociones a fin de que el niño deje de serlo y se convierta en un hombre.
Todo eso suena muy bien, pero, regresando al hilo argumental del inicio de este post los invito a conocer dos ritos de masculinidad que son francamente muy extraños, o tal vez debería decir “raros” en el amplio sentido de la palabra:
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