Ahora que recientemente pudimos disfrutar sufrir con el estilo único del cuento de FRE y su Resident Evil a la mexicana, recorde la existencia de un pequeño cuentecillo de ciencia ficción escrito por TATIANA ORTIZ LOYOLA, que me parece interesante:
Lázaro corre sin control por la ciudad en ruinas. Todo a su alrededor esta destruido. La guerra se había llevado todo. Armas desvastadoras, nucleares, bacteriológicas, químicas… que importa. Finalmente toda la vida en el planeta era historia. Toda menos Lázaro.
Medio enloquecido, se detiene. Su mano topa con algo afilado. Un pedazo de metal de los tantos que cayeron al suelo cuando algo demoledor convirtió las maravillas en añicos. Como un poseído, rebana en grandes y repeditas tajadas su muñeca izquierda. No se detiene hasta que su mano cercenada cae al suelo en medio de un charco de sangre. Grita. Tropieza y, finalmente, cae al suelo. El sangrado se ha detenido. Su nueva mano empieza a formarse.
Recuerda involuntariamente… El laboratorio. Horas y horas de investigación buscando el sagrado grial: la inmortalidad. En teoría es posible. Las células se oxidan, se desgastan. La generación de los motores biológicos cesa, los motivos son muchos. Lo que él buscaba era una manera de acelerar las células para reconstituirse a sí mismo de manera indefinida. Tuvo éxito y el fue el primero en probarlo. Su cuerpo se regeneraba a una velocidad pasmosa. Cualquier corte, cualquier herida era reparada en segundos ¿Comer? ¿Dormir? Pronto descubrió que no necesitaba nada, simplemente vivía. Su cuerpo era su propia fuente de energía, reconstituyéndose, nutriéndose a si mismo, autoreciclandose sin fin.
De pronto la luz, el ruido, la explosión. Abrió los ojos y quito los escombros que habían caído sobre él. Descubrió con horror que había perdido una pierna, pero vio con más horror el muñon pegajoso que crecía en su lugar. El muñon sería una pierna funcional en cuestión de horas. El mundo había muerto, lo había pasado por alto mientras la guerra estallaba. ¿Cuantas veces había tratado de suicidarse? Su cuerpo perfecto se negaba a morir. Había intentado todo y su cuerpo creaba miembros, reparaba heridas, aumentaba o disminuía funciones, todo con la premisa de vivir. Ni la radiación había podido matarlo. Sus ropas, hechas jirones, estaban llenas de sangre seca, pero su cuerpo no tenía una sola cicatriz.
Tenía una última experanza. Sabía de algo tan absolutamente destructivo que quizá le mataría. Miró el sol en lo alto. Con el tiempo el astro moriría y se llevaría todo el sistema solar con él, en su calor abrasador. Sonrió. Solo debía esperar. Se quedó ahi, tirado, sintiendo el cosquilleo de su nueva mano, mirando el cielo. ¿Que es un par de miles de millones de años? Pan comido.