Más allá de ser motivo aun de recuerdos memorables (agradables y detestables) por parte de nuestros padres (y para algunos, hasta de sus abuelos); la herencia del primer festival de rock en nuestro país, el famoso “Festival de Rock y Ruedas de Avandaro” fue perpetuar el enanismo del incipiente rock mexicano; que si de por si sufría de la propia idiosincrasia típica que nos caracteriza, con la prohibición y marginación de músicos y espacios para tocar, solo quedaba sobrevivir para tiempos mejores… que llegaron algo así como 20 años después, con la apertura económica global que cierto enano dublinés nos trajo mientras fue Presidente de nuestro país y que, entre otras cosas, permitió la profesionalización de la industria de los espectáculos masivos en México. Por esas fechas y a partir del relativo éxito de las presentaciones de Rod Stewart a finales de los ochentas, empresas como OCESA y posteriormente CIE empezaron a traer a nuestro país a grupos y solistas internacionales famosos. Mucho de este éxito se debe también a la llegada a nuestro país de franquicias de logística y servicios asociados con los espectáculos masivos como Ticketmaster, las cuales ayudaron al fortalecimiento de la industria.
Así pues, A finales del siglo pasado y en conjunción con la llegada del MTv Latino (sic), se empieza a ver el potencial económico que representa en los países hispano parlantes en el consumo de música “rock ´pa la juventud de hoy” y es así que se empieza a planear la realización de un festival que permita amasar la extensa diversidad de estilos e influencias de los roqueros, poperos y farsantes de todo el continente americano bajo el despectivo mote gringo con el que se refieren a todo aquello que coexiste debajo del Río Bravo: lo “Latino”.
En 1998 se realiza el primer Festival Iberoamericano de Cultura Musical Vive Latino en la Ciudad de México, donde tocan entre otros Los Aterciopelados, Miguel Ríos, el Tri, Los Ángeles del Infierno y si no me equivoco, los que cerraron fueron… La Ley!!!