Por allá del 84-85, la industria roquera mexicana sufría de los estigmas eternos del avandarazo de la década pasada. Pocos lugares adecuados para tocar, promotores ojetes, la estigmatización social y la casi nula posibilidad de grabar discos, si no de manera profesional, al menos si testimonial era prácticamente el pan de cada día de los que de una u otra forma, decidieron ser musiquitos roqueros en un país dominado por Emmanuel, José José y la “Lenona Dormida”. Adicional a lo anterior, en sí el rockcito mexicano prácticamente se dividía en guetos con paredes ideológicas y socioculturales muy claras:
+ Los afines al Three Souls In My Mind y toda la subcultura del rock “urbano”
+ Los remanentes de los jipitecas que sostenían (y aun lo hacen) que el “rock de hoy es una mierda”
+ Los punks radicales y desmadrosos que seguían a bandas como Rebel’d Punk o al famoso Paco Gruexxo y que prácticamente fueron los causantes del éxodo del primer Tianguis del Chopo.
+ Y entre otros , los weyes de clase media y alta que podían tener acceso a discos, revistas e incluso, hacer viajes al extranjero para conocer y tener la música de vanguardia mundial como lo fue en su momento Blondie, Talking Heads, The Police, The Residents, Tuxedomoon, Robert Fripp, Japan y The Cure y que quisieron ser a su vez la vanguardia musical en México, dando pie a grupos como Dangerous Rhythm (que después sería conocido como “Ritmo Peligroso” pero que en realidad, era una copia calcada de The Clash), Size, Frac y un curioso grupo que nació como una banda para amenizar una fiesta y que con el tiempo, se volvió (quizás) la primera banda ochentera de culto mexicana: “Las Insólitas Imágenes de Aurora”.