Por regla general, cuando compramos un producto, sea éste cualquiera, lo hacemos para darle el uso que el fabricante y la naturaleza misma del producto indican. Podemos obviar las compras que van destinadas a regalo y que no serán usadas por el comprador, pero a las que al final se les dará ese uso que se espera.
Podemos pasar por alto también los objetos adquiridos por coleccionistas y los casos «Ripley» (Se me ocurre el del tipo que compra copas de vidrio para comerlas, o algún fulano que guste de meterse tomates por la cola).
Sin embargo, existen productos cuyo uso si bien no de manera generalizada pero sí cuando menos notable, ha devenido en una cosa diferente a la originalmente concebida, como los periódicos para hacer piñatas y envolver cristalería o la sopa de letras y otras figuras para manualidades en el jardín de niños.
Es entre esos productos que encontramos al más clásico y representativo de ellos: El Gerber. Si bien no es comprado para darle uso distinto a la papilla de frutas sino por su «ad hoc» prsentación, es cierto que en México se adquiere en cantidades considerables para reutilizar el envase en muestras de orina para laboratorios.
¿No me cree usted? ¿piensa que exagero al respecto? ¿considera que el mexicano no desconoce los botecitos fabricados ex profeso y que se encuentran en los laboratorios particulares? Dese entonces una vuelta por el Seguro Social y luego platicamos.
Pero ¿Por qué es más socorrido el envase de Gerber para tales efectos que otros frascos de tamaños similares? Aunada a que un Gerber es de fácil y económica adquisición, la explicación es simple y se relaciona con la facilidad para vaciar el envase. No es igual de sencillo dejar limpio un frasco de mayonesa o de café que uno de Gerber ¿no?
Calculemos arbitrariamente diez mil análisis de orina al día en México (posiblemente me quedo muy corto en el cálculo), multipliquemos eso por 360 y obtendremos las ventas anuales que Gerber le debe a los problemas renales. Ohh sí. Aquí hay un nicho de mercado desatendido.