La mitad de los internos de Puente Grande contraen epidemia silenciosa
CIUDAD DE MÉXICO.- En el penal de máxima seguridad de Puente Grande, Jalisco, se encendió una alerta roja. Un intruso ingresó a la cárcel de manera sospechosa y contagió con la misma enfermedad a más de la mitad de los internos. Era el virus de la hepatitis C. Nadie se podía explicar cómo había ingresado ni cómo había contagiado a la mayoría de la población. Iniciaron las investigaciones. Se revisaron los expedientes. Casi todos los internos ingresaron sanos. Ni rastro de la enfermedad. Comenzaron los interrogatorios. Se pensó que la transmisión había sido por contacto sexual. Pero se descartó por la gran cantidad de infectados.
Los interrogatorios, a nivel clínico, les permitieron descartar, poco a poco, las opciones. Hasta que finalmente encontraron al verdadero culpable de propagar la epidemia: un cortaúñas. Los médicos y las autoridades del centro penitenciario comprobaron que un preso tenía un cortauñas, y al ser el único instrumento de este tipo en la cárcel, era prestado y usado por la gran mayoría de los internos, quienes de esta manera se habían contagiado al usar repetidamente un instrumento contaminado con algún rastro minúsculo de sangre portadora de la hepatitis C. Un virus que es conocido como “silencioso”, que tiene una alta resistencia en el ambiente, superior incluso a la de otros virus como el del VIH-sida, y que irremediablemente daña el hígado.
La hepatitis se puede transmitir a través de la sangre o de f luidos corporales contaminados, explican especialistas e integrantes de organizaciones civiles dedicadas a combatir este mal.