Se ha lanzado usted, aprovechando la ventaja estratégica que le da su posición como jefe de Estado, a una campaña intensiva para desprestigiar a quienes, haciendo uso de nuestro derecho, por amor a México, por nuestros hijos, con nuestros hijos, criticamos su estrategia de combate al narco.
Nos ha tachado de calumniadores. Ha sugerido que somos faltos de entendederas, que obedecemos a propósitos político-electorales inconfesables. Que nos mueven sólo el odio y el resentimiento. Le hace falta, señor Calderón, verse al espejo.
Todo su discurso parte de la tesis de que no hay otro camino para enfrentar al crimen y de que usted ha ido el único que ha tenido el coraje y la decisión de seguirlo.
Se presenta usted ahora diciéndose víctima de las injurias de un pequeño grupo, como el “salvador de la patria”, el cruzado dispuesto, por el bien de la nación, a enfrentarse al sacrificio, al juicio de la historia. Pero usted, señor Calderón, no pone la sangre; los muertos son otros, son de otros.
Gastando miles de millones de pesos del erario, aprovechándose de la reverencia atávica de los medios frente al poder, ha logrado establecer, al menos entre seguidores, gente atenazada por el miedo e incautos, la falsa disyuntiva: o se está de acuerdo con su estrategia o se está contra México y con los criminales.
Lo cierto, señor Calderón, es que ha procedido, por decir lo menos, irresponsablemente.
Lo cierto, señor Calderón, es que, al incitar al linchamiento, ha puesto en peligro la vida de cientos, quizá miles de ciudadanos. Ya jugó a sembrar el encono y la discordia en 2006; ahora, literalmente, juega con fuego.
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