La teoría decembrina dicta que esta debería ser una época de relajación y diversión. En las oficinas el trabajo disminuye su ritmo, las escuelas cierran dos semanas (¡Gracias diosito!), aparece el aguinaldo y el frío hace que las mujeres busquen acurrucarse y acomodarse entre los brazos de nosotros los hombres que no somos jotos.
Pero uno de los grandes problemas navideños son los socorridos intercambios de regalos entre compañeros de trabajo y parientes, que normalmente se determina con un sorteo nada regulado y bastante propenso a fraudes. Como absolutamente nadie en el mundo cree tener suerte cuando de sorteos o rifas se trata (Por ejemplo, conozco a una ñora que se saco la lotería hace años y que ahora insiste que tiene «muy mala suerte», porque en todos los años que tiene comprando billetes «nada mas una vez ha tenido un premio grande»), el intercambio se convierte en un fastidio para el regalado y el regalador.