La mañana sonaba a tedio. Algo de física seguramente, química, ética o matemáticas. Alguien tuvo una excelente idea y partimos todos (los de siempre) en busca del tan preciado líquido amarillo que frío sabe mejor. Eran tiempos de matar clases, de olvidarnos de nuestras responsabilidades, de vivir la vida plenamente. Eran tiempos de hacer vaquitas para comprar las cervezas, tiempos de amistad, de camaradería.
No recuerdo quiénes ibamos exactamente, sólo que yo iba en la nave de rafa. Llegamos a un lugar recomendado por no sé quién, donde entonces sólo había nopales y magueyes (hoy está repleto de casas, le llaman Campestre Villas del ílamo, o algo así). Una cerveza tras otra, otra y una más. Guns ‘n Roses amenizaba entremezclado con Bronco (no me da pena, esos cassettes no eran míos), Queen (que no recuerdo bien el porqué de su revival), Pearl Jam, Cuca, La Lupita.
Poco a poco pasó el tiempo y como buenos estudiantes debimos dirigirnos a nuestros hogares pues la hora de la salida se acercaba. Partimos en diferentes direcciones y rafa, como su costumbre era, no quiso llevarnos a nuestros destinos. Terminé cerca de la presidencia municipal. Caminé hacia el reloj y luego por Guerrero pensando en llegar a Plaza Juárez para tomar ahí un taxi.
Víctima de mis riñones, víctima de las diuréticas Coronitas, comencé a sentir unas deseperadas ganas de orinar mientras caminaba sobre la avenida. Es curioso, entre más rápido caminaba más necesidad sentía de orinar y más rápido caminaba (y más necesidad sentía, etc.). Sólo tenía en mente llegar a Plaza Juárez y tomar un taxi urgente!!! (para aclarar: en aquel tiempo se prohibía el paso de los taxis a Avenida Guerrero).
Víctima de la hora pico, de la hora de la comida, me ví ya en Plaza Juárez entre cien personas queriendo abordar el mismo taxi que yo. Haciendo la parada, esperando interminables minutos. Recibiendo negativas de los taxistas -ya voy a entregar, acostumbran explicar. Por fin uno se apiadó. Mientras avanzaba, con cada pequeño bache, con cada frenada, con cada cambio de velocidad, yo sentía como no soportaba más. Estuve a punto de orinar el asiento, lo juro. Buena suerte la mía.. en ese tiempo no había un solo semáforo hasta llegar a mi hogar.
Hacía la derecha, por favor. Incluso mi voz sonaba quebrantada, hacia arriba, por aquella calle. Al llegar sólo atiné a bajar y decir: permítame, ahora le pagan. Entré corriendo a la casa y dije a mi hermana: paga el taxi por favor. Ahhhhh… qué sensación de felicidad.
Desde entonces acostumbro, después de tomar más de cinco cervezas, eliminar los excedentes antes de cubrir trayectos difíciles.
Salud.
Tomado de acá, con mi permiso.
=P