Con diciembre llegan las posadas, y con ellas una muchedumbre de borrachos y borrachas dispuestos a hacer el ridículo o a chocar contra tu carro, agregando un collarín a tu atuendo para las fiestas.
Momento, este no es un post contra los borrachos. De hecho, soy una persona que se toma unas cheves seguido, casi cada fin de semana… un borracho, pues.
No escribo sobre el honorable sindicato de borrachos conocidos, sino sobre los borrachos decembrinos.
¿Ah, cabrón? ¿que los borrachos no lo son todo el año? La respuesta es que no todos. Hay un gran número de personas que de enero a noviembre no toma, ni fuma, y son quienes critican a los simpáticos ebrios que nunca dejamos abajo a los trabajadores de la Cuauhtémoc-Moctezuma o de la Modelo.
Pero en diciembre las cosas cambian.
Llega la posada del trabajo y Juan X, el que nunca toma, de pronto se siente ambientado, se toma tres cervezas y se le hace fácil entrarle al whiskey. Sobra decir que termina bien orate. Identíficalo: es el que se orina bien ahogado.
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